El ser humano, desde que nace hasta que se convierte en adulto, atraviesa una serie de etapas de desarrollo psicomotor: aprende a mover su cuerpo y desarrolla sus capacidades intelectuales, como hablar y pensar.
Estas son las características que nos definen como seres humanos, adoptamos un modo de desplazamiento vertical (a diferencia del resto de los mamíferos) con solo dos puntos de apoyo y adquirimos la capacidad de intercambiar información a través del lenguaje o de elaborar teorías sobre los acontecimientos gracias a nuestro pensamiento. Estas habilidades las posibilita nuestro sistema nervioso y su gran complejidad, que se asienta sobre la arquitectura cerebral, la organización de las distintas estructuras cerebrales y su red de conexiones neuronales.
Genéticamente estamos diseñados para que el proceso de desarrollo evolutivo neurológico suceda de forma espontánea, es algo natural. Sin embargo hay circunstancias que pueden conducir a una alteración en esta secuencia. Las alteraciones son muy variadas y la afección que producen en el individuo pueden tener distintos grados. Hay niños y niñas que dan muestras de no tener un buen asentamiento de este desarrollo neuromotor cuando empiezan a presentar problemas escolares: dificultades de aprendizaje, disfasias, déficit de atención, etc.
En otros niños y niñas la afección se presupone, como en el caso de quienes tienen síndrome de Down, y cuanto antes se empiece a trabajar con ellos, más posibilidades tenemos de que la afección resultante sea más leve.
A los casos mencionados anteriormente podemos sumar los buenos resultados obtenidos en el caso de niños y niñas con autismo y otros trastornos generalizados del desarrollo e incluso en parálisis cerebrales. Otras aplicaciones más novedosas del método y que se practican con adultos son las intervenciones posteriores a accidentes vasculares o traumatismos que hayan afectado a la función cerebral y el trabajo con enfermos de demencias o enfermedades neurodegenerativas.
¡Animo... se puede!.
Estas son las características que nos definen como seres humanos, adoptamos un modo de desplazamiento vertical (a diferencia del resto de los mamíferos) con solo dos puntos de apoyo y adquirimos la capacidad de intercambiar información a través del lenguaje o de elaborar teorías sobre los acontecimientos gracias a nuestro pensamiento. Estas habilidades las posibilita nuestro sistema nervioso y su gran complejidad, que se asienta sobre la arquitectura cerebral, la organización de las distintas estructuras cerebrales y su red de conexiones neuronales.
Genéticamente estamos diseñados para que el proceso de desarrollo evolutivo neurológico suceda de forma espontánea, es algo natural. Sin embargo hay circunstancias que pueden conducir a una alteración en esta secuencia. Las alteraciones son muy variadas y la afección que producen en el individuo pueden tener distintos grados. Hay niños y niñas que dan muestras de no tener un buen asentamiento de este desarrollo neuromotor cuando empiezan a presentar problemas escolares: dificultades de aprendizaje, disfasias, déficit de atención, etc.
En otros niños y niñas la afección se presupone, como en el caso de quienes tienen síndrome de Down, y cuanto antes se empiece a trabajar con ellos, más posibilidades tenemos de que la afección resultante sea más leve.
A los casos mencionados anteriormente podemos sumar los buenos resultados obtenidos en el caso de niños y niñas con autismo y otros trastornos generalizados del desarrollo e incluso en parálisis cerebrales. Otras aplicaciones más novedosas del método y que se practican con adultos son las intervenciones posteriores a accidentes vasculares o traumatismos que hayan afectado a la función cerebral y el trabajo con enfermos de demencias o enfermedades neurodegenerativas.
¡Animo... se puede!.